El Sacramento de la Reconciliación

“Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados.  Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones”.  (Catecismo de la Iglesia Católica, 1422)


Dentro de nosotros mismos sentimos la experiencia del pecado que brota desde nuestro corazón.  Nos damos cuenta de que caprichosamente le hemos dado la espalda a Dios, hemos actuado en forma diferente a lo que El nos pide, y nos encontramos lejos de El.  Sentimos que alejados de Dios se rompen las relaciones con los demás:  nos violentamos, nos manifestamos egoístas, odiamos, mentimos... experimentamos  el pecado como:  - rompimiento con Dios;  - rompimiento con los demás.


¿Qué podemos hacer? ¿quién nos puede ayudar?  ¿Tenemos fuerzas para cambiar y reparar?

Necesitamos de alguien que nos ayude a salir de esa situación, que nos perdone, que nos sane por dentro.

 

DIOS NO QUIERE LA MUERTE DEL PECADOR

Hay pecados que llevan a la muerte; los llamados “pecados mortales”.  Esto significa que si uno, con clara conciencia y sin que nada ni nadie lo obligue, se niega a cumplir la voluntad de Dios en una cosa importante, se separa de Él.

Pero Dios “No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezequiel, 33,11).


Aún cuando un hombre se aparta de Dios, el amor de Dios le sigue.  Por eso Dios envió a su Hijo para buscar lo que se había perdido.  La alegría mayor que Dios tiene es que un hombre se convierta y vuelva a Él.


El Evangelio nos ofrece al respecto tres parábolas de Jesús muy hermosas, una de las cuales, la del hijo pródigo, podemos leerla en San Lucas 15,11-32.


Dios nos dejó un medio que nos permite estar seguros del perdón:  sentir la alegría de ser perdonados.  Jesús resucitado dejó a su Iglesia su propio ministerio de perdonar los pecados con el poder de Dios.  Veamos lo que nos enseña San Juan el Evangelista:  “ La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos.  Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos.


Les dijo: -La paz sea con ustedes -.  Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado.  Los discípulos se llenaron de gozo al ver al señor.

El les volvió a decir:  -La paz esté con ustedes.  Así como el Padre me envía a mí, así los envío a ustedes -. Dicho esto, sopló sobre ellos:  Reciban el Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen, queden perdonados, y a  quienes no libren de sus pecados, quedan atados”.  (Juan, 20,19-23)


Y la Iglesia ejerce este ministerio, sobre todo, en el Sacramento de la Reconciliación.

En el Sacramento de la reconciliación, los cristianos:

· Reconocemos y celebramos la misericordia de Dios;

· Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestros pecados;

· Recibimos el perdón del Señor a través del sacerdote, representante de Dios y de la comunidad: la Iglesia.  Por eso nos reconciliamos con Dios y con la Iglesia.

 

¿POR QUÉ CONFESARSE CON EL SACERDOTE?

Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo:  “El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra”  y ejerce ese poder divino:  “Tus pecados están perdonados”  Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres para que lo ejerzan en su nombre”.  (Catecismo de la  Iglesia Católica 1441).


Algunos católicos han sido influenciados por una falsa idea que proviene del protestantismo.  Dicen:  “Yo no me confieso con el sacerdote, porque es un hombre como yo.  Yo me confieso directamente con Dios”.

¡Están equivocados!


Nadie puede reconciliarse con Dios si no se reconcilia con sus hermanos.  En el primer acto penitencial de la Eucaristía decimos:

Yo confieso:  ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos… En la oración del Señor (Padre Nuestro), decimos:

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.


San Juan el Evangelista nos enseña:

El que dice:  “Yo amo a Dios” y odia a su hermano, es un mentiroso.  ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve?  El mismo nos ordenó:  el que ame a Dios, ame también a su hermano”.  (I Juan 4,20-21).

Y Jesús, el mismo día de su resurrección, dijo a los Apóstoles:

“Reciban el Espíritu Santo;  a quienes ustedes perdonen quedan perdonados;  y a quienes no libren de sus pecados, quedan atados”.


Por todo lo anterior queda claro lo siguiente:

  • Dios confió a la Iglesia el poder de perdonar en su nombre.  Por consiguiente, el sacerdote es un ministro de Dios para conceder su perdón.
  • Mi pecado no me daña sólo a mí, ni ofendo sólo a Dios.  Daña y ofende a mis hermanos, a quienes yo veo.  Daña y ofende a la Iglesia, que es visible.
  • Por eso cuando quiero decir perdón, debo hacerlo públicamente, porque, además de Dios, hay muchos hermanos ofendidos y dañados.  Toda la Iglesia ha sido ofendida y dañada.  Y el sacerdote es el Ministro de Dios y el Ministro de la Iglesia para recibir mi arrepentimiento y reconciliarme con Dios y con la Iglesia.

 

ENTONCES, ¿QUÉ ES CONFESARSE BIEN?

CONFESARSE BIEN ES:

  • Reconocer que soy pecador, recordando los pecados y, sobre todo, las actitudes de pecado que mi conciencia me acusa claramente y que ciertamente me parecen  graves.  (EXAMEN DE CONCIENCIA).
  • Arrepentirme, convertirme de esas actitudes, de esos pecados, que me separan de Dios y de los demás. (CONTRICION Y CONVERSION DEL CORAZON).
  • Tener voluntad decidida –voluntad que busca los medios para ser eficaz– de separarme de las actitudes y obras malas, y comenzar un comportamiento nuevo y bueno. (PROPOSITO DE ENMIENDA).
  • Confesar, decir los pecados que mi conciencia me acusa, al sacerdote, que es en la comunidad cristiana, en la Iglesia, el ministro autorizado por Cristo para perdonar en su nombre. (CONFESION)  Tengo obligación de confesar los pecados realizados con plena advertencia y con plena libertad, que en conciencia considero gravemente perjudiciales a mis relaciones con Dios y con el prójimo.  Aunque también es conveniente confesar de vez en cuando las otras faltas de menor importancia.
  • Recibir del sacerdote la ABSOLUCION.  Esta absolución me la da el sacerdote cuando me dice: Dios, Padre misericordioso que, por la muerte y resurrección de su Hijo reconcilió consigo al mundo, y derramó al Espíritu Santo para la remisión de los pecados, por el ministerio de la Iglesia te conceda el perdón y la paz.  YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO.


Esto lo hace el sacerdote en nombre de Cristo, y es el signo, la demostración visible de que Dios me ha perdonado y de que la comunidad, la Iglesia, me recibe con alegría.


Tengo también que demostrar con mis obras, con el cumplimiento de “LA PENITENCIA” que el sacerdote confesor señala y, sobre todo, con mi comportamiento nuevo, que mi conversión es verdadera.  (SATISFACCION DE OBRAS).

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